Almela, un artista inteligente que combina su actividad creadora con la crítica y la reflexión, lleva a la sala de exposición construcciones que se guían por tres principios. Uno, su crítica a la representación pictórica por considerarla dependiente de una narratividad artificial; dos, una extrapolación del lenguaje escrito hacia una zona donde el discurso lingüístico juega con la formalización y el color, y tres, la recuperación de la experiencia personal como centro del concepto artístico. En este último caso es patente cómo su obra se distingue del arte conceptual tan en boga, pues su materialidad apunta a experiencias vividas del autor y no solamente, como sucede en la mayoría del arte neoconceptual, se queda en la especulación dentro del campo semántico y sintáctico. El arte de Ramón Almela es una prolongación de la vida y no una racionalización de la misma.