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Obra reciente de Ramón Almela en Epicentro
Antonio Ortiz. México 2001. (Aparecido en www.replica21.com)
Epicentro se encontraba totalmente transformado, incluso, la obra de Ramón Almela lo hacía parecer más pequeño y semejarse a una galería del Soho ó Chelsea. Ramón Almela pertenece, al igual que Francis Alÿs, Gabriel Orozco ó José Bedia, a ese grupo de artistas errantes que van enriqueciendo y transformando su lenguaje visual con las imágenes, formas de vida y contradicciones sociales que van hallando en los entornos culturales donde fijan su residencia por largos períodos de tiempo, sin llegar a renunciar al debido a sus intrínsecas raíces culturales. Nacido y formado en España, hasta hace unos dos años Ramón estuvo viviendo y trabajando en Nueva York, actualmente radica en Puebla y la obra que presenta en Epicentro rebosa de la influencia que sobre su trabajo tuvo esa parte de la cultura estadounidense que rinde un culto casi religioso a los objetos y materiales por los que transcurre la vida diaria.

Esta influencia no es gratuita al tomarse en cuenta que muchos de los artistas españoles formados después de los años setenta, como Ramón, decidieron revisar, retomar y reelaborar aquellos lenguajes visuales prohibidos ó mal vistos durante la dictadura franquista, encontrándose entre ellos el surrealismo de Duchamp, Dalí y Buñuel, en dónde la descontextualización de los objetos y la utilización de materiales no convencionales tienen un papel primordial. Entre las obras que más llamaron mi atención fue la sumamente rigurosa pieza formada por un teléfono inalámbrico adosado a una gran columna de fieltro gris; teléfono desde el cual, según el propio Almela, la última vez que lo utilizó, poco antes de desmantelar su taller en Nueva York, rompió con su esposa y acordó los términos de su separación.

Cuando estaba contemplando la obra "Pautas de Crecimiento" (un palo roto adosado a una tabla verde), se me acercó Claudia de Teresa y me preguntó: "¿Y la gente compra esto?". No sé por qué, pero por unos momentos acudió a mi mente la colección Jumex seguida de una escena de gente comprando chácharas en la Lagunilla y luego la imagen de una casota de esas que acaban siendo alquiladas para los mini-raves sabatinos. Si, le contesté, aunque bueno, tienes que tener un departamento bastante grande para que quepan ó igual y no ¿Verdad? Éste si cabría en el tuyo, porque mira, a poco no sería chingón entrar así a tu departamento y órale: Un palo roto. Claudia se quedó pensativa por unos instantes y luego terminó comentando algo así como "si, pero ahora lo de la lana está muy cabrón". La otra obra que me llamó la atención fue la instalación de dos polines de madera frente a un lienzo negro, y que hacía alusión a los ataques con aviones a las torres gemelas de Nueva York. En el texto dibujado por el mismo Almela con plumón, con la letra esa que acostumbran en los restaurantes tipo tasca de Guanajuato, se leía: "...perplejo intentaba asirme al recuerdo de las torres mientras veía las imágenes repetirse en la pantalla..."

En fin, una serie de obras, absolutamente formales, en la que los objetos devienen en trozos de la vida y la memoria del propio Ramón. Ahora bien, pienso que el trabajo de Ramón, con el transcurrir de los años que radique aquí en México, aún y cuando conserve visos de ese surrealismo reencontrado, dará un giro de 180 grados al verse sumergido en una cultura dónde el informalismo es precisamente la regla de la sobrevivencia. Y en efecto, cuando salimos del Epicentro tardamos cerca de hora y media en sacar el coche de Claudia de la pensión porque el velador había decidido irse a echar unos tragos a la cantina de enfrente. Y todavía más; cuando llegamos a la casa, Pilar marcó el teléfono de una amiga argentina que se supone que llegaba ese día de España y, con el auricular en la mano y una mirada inaudita de odio me volteó a ver y me dijo: ¿No pagaste el teléfono en la mañana?.

Si, la pareja y el actual modelo de la familia están en crisis y su epicentro en la Guerrero.