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La sala del Centro Cultural Villa de Móstoles (Madrid), le sirve a Ramón Almela como preciso escenario desde el que ofrecer sus actuales registros, la colección de legibles escultopinturas, con las que nos ha sorprendido grátamente.
Y es que, Ramón Almela es un innovador de la narración biográfica. Sus obras son desarrollos espaciales, palabras pintadas y legibles, signos y huellas personales que nos remiten a momentos vitales reales. Cada cuadro por así llamarlo, aunque una denominación más precisa sería la de "Pictoespacio", es un trozo de emoción, un desafío imprevisto, una admiración rememorada. Expresados y planteados rompiendo la bidimensionalidad, el cuadro deviene en escultura, se rompe el lienzo, se rasga o se urden y cosen otras telas, según que el artista quiera darnos a entender tonos vitales. Así se establecen ausencias y vacíos, descubre el bastidor o lo sobrecarga con maderas y materiales que traman una especie de retícula tridimensional, una aproximación ortogonal y por el momento, rigidizada geométricamente, a modo de ejes coordenados donde situar su posterior aventura narrativa, sus caligrafías, sus tipografías pintadas que acompasan y ritman visualmente los distintos planos espaciales.
Obras, sin duda insólitas, con un certero porvenir. Almela, me parece que no ha hecho más que empezar, que tan sólo ha escrito la primera página, el primer renglón de su libro-diario; pero sí me consta que ha intuido sus posibilidades, y tendremos que seguirlo muy de cerca, en un tiempo venidero.
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